lunes, 2 de junio de 2008

Los llamadores (Por: Salvador Navarro)

Durante un verano especialmente seco y cálido como es usual en esta tierra de Nasca, mi pequeña hija Lily de apenas un añito de edad, enfermó repentinamente sin que los médicos atinaran a dar con el mal. La fiebre, la inapetencia, los labios resecos, el llanto continuo y los ojazos brillantes eran una señal inconfundible de "ojo". Así que, agarré mi camioneta y me fui a Jumana, a la chacra de mi compadre Armando Muñoz a buscar a la llamadora. Desgraciadamente, ya era finada. Pero estaba Lola, su hija, quien me dijo -¿Y para qué estoy yo?- Y sin mayores preámbulos se trepó al carro, porque, como no dejó de advertir, en casos como ese no hay que perder tiempo, pues las criaturas son frágiles y se van rapidito, como tortolitas. La Lola, en cuanto miró a la niña, dijo: - Esta criaturita está ojeada y asustada, ¿no ven sus pestañas separadas? A ver, la frente-, y diciendo y haciendo, pasó la lengua por la frente calenturienta, confirmando: -¡Está salada! Ahora, déjenme sola con la chiquita bonita, que ahorita la pongo bien-. Nos quedamos todos, la familia en pleno, solemnes y expectantes, esperando en el cuarto vecino. Se hizo un silencio que a nosotros nos pareció muy largo, pero luego, poco a poco se dejó oír la voz aflautada y cantarina de Lola, muy tenue al comienzo, afinándose para llamar como si viniera de lejos, de muy lejos, y al mismo tiempo llegaba el apagado rumor de un roce en el piso de cemento, que entendimos lo producía al arrastrar el atadito con los vestidos de la niña. Nos parecía que daba vueltas y vueltas, llamando, llamando..., a veces como si la llamara muy cerca al oído con la voz lejanísima, prolongada, como si buscara su ánima, reclamándole volver a su persona. Lo más extraordinario era que la niña se mantenía callada y al parecer tranquila, ni lloraba ni reclamaba a su mamá. Mucho después, -o así nos lo pareció- cuando al fin Lola se asomó a la puerta con la niña dormidita en sus brazos, murmuró, -Hemos estado a tiempo; un poco más, y se pasa-. Pidió aguja e hilo, y con rapidez y delicadeza sus soleados y delgados dedos armaron un paquetito rojo, similar a un detente, relleno quién sabe con qué hierbas, semillas o huairuros, bien rezadito, el cual prendió en el ropón que Lily llevaba puesto. -Es un seguro-, dijo, -debe llevarlo siempre pegado al cuerpo, no te olvides. Seguramente ya adivinan el resto de la historia: Al día siguiente la niña amaneció fresca y lozana, con hambre y ganas de cantar, bailar, jugar y fastidiar. Y, bueno, de los doctores, qué podemos decir. Aunque extrañados por la repentina mejoría de la niña, como buenos paisanos, ellos sabían que cuando la ciencia no atinaba, era porque con seguridad se trataba de "ojo" o "susto" ¡y ya escapaba a su competencia, pues! (En: Cronista de Nasca, Lima, 2008) Más sinopsis sobre Los llamadores
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Los llamadores por Salvador Navarro Cossio 2008