lunes, 2 de junio de 2008

Dos nasqueños en el extranjero (Por: Salvador Navarro)

Me encontraba de visita en el zoológico de Atlanta en los Estados Unidos, cuando me llamó la atención un cerco grande, muy limpio, con abundantes y cuidados fardos de alfalfa; al fondo, una pared blanca impedía la vista de otro ignorado ambiente. No se veía animal alguno, hasta que saliendo de atrás de esa pared, hizo su aparición un hermoso burro de color plomo. ¿Qué hacía allí ese burro? ¿Tan extraño era para los gringos un modesto pollino que lo exhibían como animal raro? ¿Eran Tan raros los gringos? ¿Era acaso un burro tan importante como las jirafas, los leones o los gorilas? Lo cierto es que este burrísimo jumento estaba allí prisionero como animal raro. Pero, qué clase de prisionero… con amplitud de desplazamiento, sin trabajar. Gordo, bien papeado… ¡Quién como él!, me dije, ¡Cuántos de mis paisanos quisieran estar en su pellejo! Cuánta alegría y sorpresa me causó este encuentro, sorpresa que fue en aumento cuando el noble jumento, se acerca a mí, me mira fijamente y comienza a rebuznar moviendo la cola y levantando el hocico en señal de amistad y regocijo. A los gringos que estaban a mi lado, ni siquiera los miró. ¡Dios mío!, ¿por qué no se dirigió donde ellos? Se acercó más a mí, muy cerca, para que lo acariciara… yo le pasé la mano por la frente y luego por la suave piel de su pescuezo, ambos expresábamos nuestro contento ante las asombradas miradas de los allí presentes. Pero, ¿qué había pasado? -Muy sencillo. Ese burro era peruano. No solamente peruano sino también nasqueño. Porque de seguro este, en su remota niñez me vio meter goles allá cuando, en mis últimos suspiros futbolísticos, jugué en el “ 18 Amigos de Nasca”; o quizá me condujo grogui después de alguna jarana en Socos, Copara, Las Trancas o Matara. Ya me retiraba, pero acordándome de Lord Byron, quien decía que una de las cosas más incomprensibles en los seres humanos es la inclinación a ocultar sus sentimientos, volví sobre mis pasos para depositar un beso sobre la frente del noble jumento. Esa es la suerte del nasqueño, sin hacer diferencias y en cualquier parte del mundo, nos reconocemos, nos abrazamos, nos queremos… En la plaza de armas de Nasca, en la tertulia diaria bajo el estrellado cielo, con una de esas malvadas ocurrencias del grupo, uno de los amigos puso colofón al cuento: -¡Qué cara te vería!… ¿no crees que los burros pueden reconocer a otro burro en cualquier país que estén? (de: Cronista de Nasca. Lima, 2008) Más sinopsis sobre Dos nasqueños en el extranjero
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Dos nasqueños en el extranjero por Salvador Navarro Cossio 2008