lunes, 2 de junio de 2008

El doctor Morsecki y los Apus de Nasca (Por: Salvador Navarro)

A propósito de la influencia de los cerros en el destino de los hombres, ha quedado en la memoria de Nasca la extraña fascinación del doctor Morseski por los cerros de Nasca; su llamado era tan fuerte que lo llevaron hasta un trágico final. Cuentan que allá por el año 1918, llegó a Nasca un médico ruso llamado Ignacio Morseski, traído por el millonario comerciante y agricultor italiano Enrique Fracchia. Se habían hecho amigos en Lima donde el médico llegó huyendo de la implacable persecución bolchevique luego de la sangrienta revolución rusa, Fracchia, logró convencerlo y lo trajo a Nasca alojándolo en las cómodas instalaciones de su hacienda Majoro. La presencia de este médico ruso, fue una bendición para el pueblo de Nasca. Hombre dotado de excepcionales condiciones profesionales y de una profunda sensibilidad por el prójimo, se dedicó por completo a servir diaria y gratuitamente a la infinidad de personas que contritas y esperanzadas caminaban desde tempranas horas de Nasca hasta Majoro, para recibir sus milagrosas curaciones. Nunca se supo que este samaritano europeo cobrara honorario alguno por sus servicios profesionales. Muy querido y quizás por la fe que en él tenían, algunas viejas gentes campesinas de ese entonces, le llamaban "TAITA HUIRA". Los apus parece que ejercían sobre él un extraño influjo; no se sabe qué poder telúrico lo atraía a los cerros. No escuchaba los consejos de los lugareños sobre el peligro que encierran las trochas y desfiladeros deleznables de las alturas. Muchas veces su retorno a Majoro se producía ya bien entrada la noche. Para tranquilidad de los nasqueños, aceptó como acompañante a Pompeyo Maldonado, conocido huaquero que sí sabía de los peligros que tenía que evitar don Ignacio Morseski. Desde muy muchacho Pompeyo había caminado y conocido los cerros de la zona, de manera que su presencia ofrecía seguridad a las inquietudes ecuestres del médico ruso. Por otro lado, Pompeyo se enorgullecía del codiciado privilegio de ser el acompañante del Dr. Morseski. Fue un fatídico domingo siete, cuando quiso el destino que el silencioso médico ruso decidiera escalar la cumbre majestuosa del cerro ‘‘Fraile'''', que desde hacía tiempo se había constituido en su obsesión. Desde que llegara a Nasca, su mirada siempre se centraba en ese cerro. Parecía que con ansia, acariciaba el momento en que alcanzara sus alturas. Era una fuerza incontenible que lo dominaba, que lo impelía a la montaña, a encontrarse tal vez con los arcanos remotos de los Nascas ¿Vino quizá para eso desde las estepas rusas? Pero Pompeyo se negó a emprender el viaje. Algo le anunciaba peligro. Su rotunda negativa también obedecía, no solo al presentimiento, sino que, como buen moreno que era, fielmente creía en el mal agüero del domingo siete. Mas, ¿qué hacer?, donde manda capitán no manda marinero. Iniciaron la caminata a las primeras horas del día. Según Pompeyo, todo se desenvolvía sin novedad, pero, ya en las alturas, Morseski insistió en pasar adelante, distanciándose apreciablemente de él, no obstante sus advertencias y, en un recodo del ascenso lo perdió de vista para no verlo más. No oyó ni un grito. Nada. Nada. Pompeyo, muy asustado, gritó hasta enronquecer y su mirada escudriñó los más recónditos lugares en donde pudiera estar su acompañante, pero todo fue en vano. Morseski había desaparecido. Entrada la noche, Pompeyo, más muerto que vivo, temblando de miedo logró llegar a Majoro y luego a Nasca para dar la trágica noticia. La tranquila villa se remeció hasta sus cimientos. En un primer momento se negaron a aceptar que pudiese haber muerto, y albergando la esperanza de encontrarlo con vida, se lanzaron al rescate. La población entera se volcó a los caminos. Una línea de antorchas en fantasmagórico desfile se desplazó entre cerros y quebradas durante toda aquella larga noche, buscando y llamando. Finalmente, encontraron al fondo de un barranco, el cadáver intacto del malogrado médico ruso. A la tristeza que embargaba a la multitud, se aunó un furtivo comentario, apenas un susurro que corría de boca en boca, de que el cerro se lo había llevado. No se recuerda en la historia de este pueblo, acontecimiento más luctuoso que el entierro del doctor Ignacio Morseski. Velado en el Deprofundis de la iglesia cercana a la Plaza de Armas, fue llevado posteriormente con impresionante acompañamiento del pueblo entero, entre cánticos y sollozos al camposanto, inaugurando casi el cementerio San Luis de Aja, que pocos días antes, con el entierro del profesor Atanasio Anicama, había iniciado sus fúnebres servicios. Más sinopsis sobre El doctor Morseski y los apus de Nasca
Enlaces relevantes:
http:historiamaritima.blogspot.com/
http:www.iehmp.org.pe
El doctor Morseski y los apus de Nasca por Salvador Navarro Cossio 2008